
El cuidado de Dios
En medio de la fe que me sostiene, escribo esta carta para expresar le al Señor Jesús mi gratitud por ser mi refugio constante. En cada palabra escrita, encuentro seguridad, protección y fortaleza. Como mujer cristiana, descubro el amor inquebrantable en Jesús, siendo un escudo en los momentos de peligro y conflicto.
En esta carta, comparto cómo su presencia ha sido mi refugio seguro, un castillo fortalecido donde deposito mi confianza plenamente. Por eso, amiga, te invito a sumergirte en mi experiencia de fe y en la certeza de una protección divina que abarca cada aspecto de mi vida y la de quienes amo
Querido Señor Jesús,
quiero expresarte mi profundo reconocimiento por ser mi refugio constante. En ti he encontrado seguridad y protección, como una sombra que cobija y resguarda mi ser. Para mí, eres como un sólido castillo fortificado, un refugio confiable en quien confío plenamente, mi Dios altísimo y todopoderoso.
Tu presencia es mi escudo en medio de posibles trampas y peligros mortales. No temo, pues sé que tu defensa es infalible. En ti he hallado la fortaleza y la protección en momentos de guerra y conflicto. Tu fidelidad perdura siempre, y eso me llena de paz en medio de las tormentas.
En el abrazo de tu amor, confío en tu promesa de cuidar a quienes amo. Tu presencia envía ángeles para velar por ellos en cada instante, protegiéndolos de cualquier tropiezo y peligro. Sé que tu amor y protección son inquebrantables.
Me afianzo en tu palabra, en la promesa que nos entregas. Tú dices: «Pondré a salvo a aquellos que me aman y me conocen. Estaré junto a ellos, liberándolos de la angustia, honrándolos y brindándoles una vida plena y larga. Colmaré sus vidas con mi salvación».
En cada paso de mi fe, encuentro en ti el refugio seguro bajo tu sombra. En esta carta, quiero expresarte mi gratitud por ser mi protección constante, mi fortaleza en tiempos de necesidad. En ti confío, sabiendo que en tu amor encuentro refugio y seguridad inquebrantable.
«Yo lo pondré a salvo, fuera del alcance de todos, porque él me ama y me conoce. Cuando me llame, le contestaré; ¡yo mismo estaré con él! Lo libraré de la angustia y lo colmaré de honores; lo haré disfrutar de una larga vida: lo haré gozar de mi salvación!»