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Existe desde tiempos inmemorables una guerra mundial creciente en contra del cristianismo. Cada año, un promedio de 160.000 cristianos mueren como mártires para Cristo. Cristianos perseguidos a los que los medios de comunicación no sacan en las portadas de los periódicos. En Nigeria del Norte muchas iglesias están siendo quemadas por muchedumbres musulmanas. En la Birmania budista pueblos enteros de cristianos han sido masacrados por la dictadura militar. En Zimbabwe muchas iglesias fueron destruidas con topadoras por el régimen comunista. En Pakistán numerosos cristianos han sido condenados a muerte por evangelizar a sus vecinos musulmanes. En Indonesia escolares cristianas han sido degolladas por militantes musulmanes. En la China Roja cristianos son torturados y encarcelados en campamentos de trabajo de esclavo masivos. En la Cuba comunista iglesias de casa han sido asaltadas y cerradas.
Las persecuciones contra los cristianos han sido una constante durante el pasado siglo. Cabe definir el siglo XX como el siglo de los mártires. La World Christian Enciclopedia cifra un total de 69.420.000 de mártires (no en sentido formal, se refiere a muertos por la fe cristiana, de cualquier confesión). La cifra de mártires en el siglo XX —fértil en el odio cristiano— es de 45.400.000.
Los atentados, las humillaciones y los asesinatos de cristianos son el pan de cada día en muchos países. En Pakistán, de mayoría musulmana, se promulgó la llamada Ley de la blasfemia que penaba con la muerte a aquellos que ofendieran a Mahoma, a través de “palabras, gestos o alusiones”. Con estas leyes que pecan de laxitud se encuentra resquicio legal para castigar a aquellos que se declaren cristianos.
La tolerancia y el respeto deben ser valores que cualquier país debe tener arraigados en la sociedad. La presencia de personas de variadas religiones y confesiones en el mundo occidental demuestra que a nadie se le hace renunciar a sus ideas. La crítica constructiva que realiza la opinión pública es signo de que la libertad de pensamiento imperan allí donde se practica. Pero esos mismos valores hay que practicarlos para con aquellos que sufren. Y hacerles alzar la voz en medio de una sociedad que desconoce a sus víctimas.

Como Iglesia de Jesucristo, nuestros hermanos nos necesitan. Pasemos tiempo con Dios a favor de ellos. Intercedamos por nuestros hermanos.

«Tú mirarás a la oración de tu siervo, y a su ruego, oh Jehová Dios mío, para oir el clamor y la oración con que tu siervo ora delante de ti.»
2Cr 6:19


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