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El Cuerpo de Cristo: una llamada a la acción para nosotras, mujeres cristianas

mujeres son las manos de Cristo

Las mujeres cristianas son las manos de Cristo

Manos, pies y voz de Jesús

El Cuerpo de Cristo es como «unas manos que hacen Su trabajo, unos pies que van a Sus recados, una voz que habla por Él.» Esta reflexión nos invita a entender nuestro papel como miembros activos en la obra de Dios. No somos solo observadoras; somos las manos, los pies y la voz de Cristo en este mundo.

Las manos que hacen Su obra

Jesús no tiene más manos que las nuestras para hacer Su obra hoy. Cada vez que ayudamos a alguien, estamos extendiendo la obra de Cristo aquí en la tierra. Nuestras manos, cuando sirven con amor y dedicación, son herramientas poderosas para transformar vidas y llevar esperanza a quienes la necesitan.

Los pies que llevan Su mensaje

Jesús no tiene más pies que los nuestros para mostrar Su camino. Nuestros pasos, guiados por la fe, tienen el poder de llevar el mensaje de salvación y amor a cada rincón del mundo. No subestimemos el impacto de nuestras acciones diarias; cada pequeño gesto cuenta y puede marcar la diferencia en la vida de alguien.

La voz que proclama su muerte y resurrección

Jesús no tiene más voz que la nuestra para contar cómo murió y resucitó. Nos necesita para llevar a otros hacia Él. Nuestra voz, cuando proclama la verdad del Evangelio, puede liberar, sanar y restaurar. Somos portadoras de un mensaje de esperanza eterna y debemos proclamarlo con valentía y convicción.

Amiga, eres parte del cuerpo de Cristo

Aquí radica la suprema gloria del cristiano: ser parte del Cuerpo de Cristo en el mundo. En 1 Corintios 12, el apóstol Pablo nos habla sobre la unidad que debe existir dentro de la Iglesia para cumplir su misión. Un cuerpo es sano y eficiente solo cuando cada una de sus partes funciona como debe. Las partes del cuerpo no sienten celos unas de otras ni desean las funciones de las demás. Debemos darnos cuenta de que nos necesitamos unos a otros. No puede haber aislamiento en la Iglesia.

Unidad y diversidad en el cuerpo de Cristo

Demasiado a menudo, los miembros de una iglesia están tan enfocados en su propia tarea que olvidan y hasta critican a otros que hacen diferente labor. Para que la Iglesia sea un cuerpo sano, se necesita la contribución de cada uno. Cada miembro tiene un papel único e indispensable en el Cuerpo de Cristo.

Una Reflexión del Dr. Paul Brand

Me encanta la reflexión sobre el cuerpo humano y su semejanza con el cuerpo de Cristo, realizada por el médico cristiano, el Dr. Paul Brand. Él compara las células individuales del cuerpo humano con los miembros de la iglesia, destacando la importancia de cada una en el funcionamiento del todo.

La metáfora del cuerpo humano

A veces pienso en el cuerpo humano como una comunidad, y en sus células individuales como los glóbulos blancos. Cada glóbulo blanco tiene una función única y vital. La célula es la unidad fundamental de un organismo; puede subsistir por sí sola o ayudar a formar y sostener un organismo más grande. Recuerdo la metáfora que el apóstol Pablo emplea en 1 Corintios 12, en la que compara la iglesia de Cristo con el cuerpo humano.

Un llamado a la unidad y el servicio

Debido a que la metáfora de Pablo expresa un principio fundamental de la creación de Dios, puedo ampliarla de la siguiente manera: El cuerpo es una unidad, aunque se compone de muchas células; y aunque todas sus células son numerosas, forman un cuerpo. Si el glóbulo blanco dijera: «porque no soy una célula del cerebro, no pertenezco al cuerpo», no por eso dejaría de ser parte del cuerpo. Y si la célula muscular le dijera a la célula del nervio óptico: «Porque no soy un nervio óptico, no pertenezco al cuerpo», no por esa razón deja de formar parte del cuerpo.

Cada parte del cuerpo es esencial

Si todo el cuerpo fuera una célula del nervio óptico, ¿dónde estaría el sentido de la vista? Dios ha dispuesto las células en el cuerpo, cada una de ellas, precisamente como Él quiso que fueran. Si todas las células fueran iguales, ¿dónde estaría el cuerpo? Tal como es, hay muchas células, pero un solo cuerpo. Esta metáfora es muy clara para mí, porque aunque una mano, un pie o una oreja no pueden vivir separadas del cuerpo, una célula sí puede hacerlo.

Nuestro objetivo: ser leales servidoras en el cuerpo de Cristo

Que podamos conocer qué clase de «célula» somos y formar parte del Cuerpo como leales servidoras. Al elegir servir dentro del Cuerpo de Cristo, abrazamos nuestra verdadera identidad y propósito. No somos parásitas ni células cancerosas, sino partes vitales de un organismo divino que trabaja en unidad para cumplir la misión de Dios en la tierra. Juntas, como mujeres cristianas, podemos hacer una diferencia eterna.

 

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