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Isaías nos enseña que la Palabra que sale de la boca de Dios (lo cual creo que también puede ser nuestra boca, dedicada a Él) no regresa vacía. Sino que lleva a cabo aquello para lo que ha sido enviada. La Palabra de Dios es la semilla, y cuando la liberemos en la Tierra, veremos buenos resultados.

«Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié.» (Isaías 55:10–11).

Nosotros somos los representantes de Dios en la Tierra, sus portavoces, y el apóstol Pablo nos ordena imitarlo. Como sus representantes, debemos confesar su Palabra tal como Él lo haría. Debemos confesarla audazmente, con autoridad, creyendo que tiene poder para cambiar nuestra vida y nuestras circunstancias.

Este principio ha cambiado mi vida. Algunas veces he dejado que el principio se escabulla, pero el Espíritu Santo siempre es fiel y me recuerda confesar su Palabra. Algunas veces paso más tiempo de lo normal confesando la Palabra de Dios en voz alta. Puedo decir con seguridad que ha sido una parte regular de mi vida a lo largo de estos años. No creo que yo pudiera estar donde estoy ahora si no hubiera aplicado este poderoso principio bíblico en mi vida.

Tome poderosos versículos y pasajes en orden temático que le permitan comenzar a confesar la Palabra en voz alta con respecto a sus necesidades específicas. Hágalo una disciplina espiritual. Libere su fe al pronunciar las Escrituras con su boca y prepárese para ver cambios asombrosos en su vida.

«Y me dijo: Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos? Y dije: Señor Jehová, tú lo sabes. Me dijo entonces: Profetiza sobre estos huesos, y diles: Huesos secos, oíd palabra de Jehová [ . . . ] Profeticé, pues, como me fue mandado; y hubo un ruido mientras yo profetizaba, y he aquí un temblor; y los huesos se juntaron cada hueso con su hueso [ . . . ] Y profeticé como me había mandado, y entró espíritu en ellos, y vivieron, y estuvieron sobre sus pies; un ejército grande en extremo.» (Ezequiel 37:3–4, 7, 10).

Estas escrituras son un ejemplo sorprendente de cómo pueden cambiar las cosas al profetizar (declarar) la Palabra de Dios. ¡Declarar con regularidad la Palabra de Dios con su boca produce una vida poderosa y victoriosa!

Ahora conoce el secreto: el poder de la Palabra es desatado cuando la confiesa en voz alta. ¡Tome la decisión de comenzar hoy!
por Joyce Meyer.

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