¿Por qué hay que ser cristiano? ¿Por qué no simplemente hombre, hombre de verdad? ¿Por qué ser, además de hombre, cristiano? ¿Acaso ser cristiano es más que ser hombre? ¿Qué es en realidad lo cristiano? ¿Qué significa ser cristiano hoy?
Los cristianos deberían saber lo que quieren. También los no cristianos deberían saber lo que los cristianos quieren.
La respuesta de los cristianos no pasa de ser, en no pocos aspectos, vaporosa, sentimental, genérica: el cristianismo quiere amor, justicia, hallar sentido a la vida, ser bueno y hacer el bien, humanidad… Pero, ¿no quieren tales cosas también los no cristianos? Sin lugar a dudas, la cuestión de lo que el cristianismo quiere, lo que el cristianismo es, se ha agudizado drásticamente, ya que los no cristianos comparten hoy a menudo los mismos ideales. También ellos están a favor del amor, la justicia, el sentido de la vida, el ser bueno y hacer el bien, la humanidad. Y en la práctica, con frecuencia, lo están aún más que los cristianos. Si, pues, estos “otros” dicen lo mismo, ¿para qué ser aún cristiano? El cristianismo se halla hoy, en todas partes, en doble confrontación: de un lado, con las grandes religiones; de otro, con los humanismos no cristianos, los humanismos “seculares”. Incluso a los cristianos que hasta ahora se han sentido en esta o aquella Iglesia institucionalmente guarecidos e ideológicamente inmunizados les asalta, hoy, el interrogante: ¿es el cristianismo, comparado con las otras religiones y los humanismos modernos, algo esencialmente distinto, algo realmente especial?
Una pregunta directa: ¿Por qué hay que ser cristiano. Y una respuesta no menos directa: Porque hay que ser realmente hombre. No se puede ser cristiano renunciando a ser hombre. Y viceversa: no se puede ser hombre renunciando a ser cristiano. Lo cristiano no puede ponerse encima, debajo o al lado de lo humano: el cristiano no debe ser un hombre dividido.
Lo cristiano no es, por tanto, una superestructura ni una infraestructura de lo humano, sino una superación de lo humano en el pleno sentido de la palabra, que implica afirmación, negación y trascendencia. Ser cristiano significa una superación de los otros humanismos: éstos son afirmados en la medida en que afirman lo humano; son negados en la medida en que niegan lo cristiano, es decir, a Cristo; son trascendidos en cuanto que el ser cristiano puede incorporar plenamente lo humano y demasiado humano con todas sus dimensiones negativas. Los cristianos no son menos humanistas que otros humanistas. Pero ven lo humano, lo verdaderamente humano, ven al hombre y a su Dios, ven la humanidad, la libertad, la justicia, la vida el amor, la paz y el sentido a la luz de Jesús, que es para ellos el criterio concreto, Cristo. En esta perspectiva estiman que no pueden ser partidarios de un humanismo cualquiera, que se limite a afirmar lo verdadero, lo bueno, lo bello y lo humano. El suyo es un humanismo realmente radical, capaz de integrar y asumir lo no verdadero, lo no bueno, lo no bello y lo no humano: no sólo todo lo positivo, sino también -y esto es lo que decide el valor de un humanismo- todo lo negativo, incluso el dolor, la culpa, la muerte, el absurdo.
Con la mirada puesta en él, el Crucificado y Resucitado, puede el hombre no sólo actuar en este mundo, sino también padecer: no sólo vivir, sino también morir. Ante su vista aparece un sentido incluso allí donde la razón como tal debe capitular, en el mismo absurdo de la miseria y la culpa, porque el hombre se sabe sostenido por Dios también en eso, tanto en lo positivo como en lo negativo. La fe en Jesucristo procura paz con Dios y consigo mismo, pero no escamotea los problemas del mundo. Hace al hombre verdaderamente humano porque le pone en contacto con la humanidad de los demás: le abre radicalmente a quien tiene necesidad de él, al prójimo.
Hemos preguntado por qué hay que ser cristiano. Ahora se comprenderá la respuesta, que resumimos en la siguiente fórmula:
Siguiendo a Cristo Jesús, el hombre puede en el mundo actual vivir, actuar, sufrir y morir realmente como hombre: sostenido por Dios y ayudando a los demás en la dicha y en la desdicha, en la vida y en la muerte.
H.K.