al hombre que edificó su casa sobre tierra, sin fundamento.
con ímpetu, y luego cayó, y fue grande
la ruina de aquella casa.
No existe estructura capaz de resistir los vientos de la
adversidad sin un fundamento sólido. Y nuestras vidas
no son una excepción. Hemos de construirla en base a
un fundamento sólido si queremos resistir las presiones
incontables de la vida cotidiana.
Nuestras vidas tienen cierto parecido a un taburete,
con una base y cuatro patas. La base es nuestro fundamento
espiritual, que consiste primordialmente de
la oración y la Palabra de Dios. Las patas representan
los aspectos económicos, sociales, mentales y físicos de
nuestras vidas. Para que el conjunto esté firme y cumpla
su propósito, cada pata debe estar fuertemente conectada
a la base espiritual. Ninguna de las patas puede
ser independiente y estar desconectada. Por ejemplo,
la pata económica debe estar sujeta a los principios bíblicos
del dar, la integridad, el trabajo duro, etc. De no
ser así, sufrirás situaciones estresantes como la deuda
excesiva, los malos tratos comerciales y el caos fiscal.
La pata social también debe estar bien conectada a los
principios bíblicos o será imposible encontrar la forma
de demostrar amor incondicional, perdón o paciencia.
Existe una correlación directa entre nuestro bienestar
mental y el grado en el que aceptamos la Palabra de
Dios y permitimos que rija nuestras mentes y emociones,
guardándonos en perfecta paz.
Una pata física bien
acoplada nos permite tratar el cuerpo de acuerdo a los
principios de la Palabra: descansamos lo suficiente, comemos
de forma sana y nos preocupamos por nuestra
salud en general. Me imagino que entiendes la idea. La
fuerza y el éxito de cada faceta de nuestras vidas se ven
determinadas por la solidez de nuestro fundamento. Si
la base es débil, no hay esperanza para las «patas».
No resulta nada sorprendente, pues, que Satanás se
esmere tanto para evitar que reforcemos nuestra base.
Lo primero que debemos hacer cada día es ser diligentes
en reforzarla antes de que nos dejemos llevar por las distracciones.
Recuerdo un día cuando me preparaba para
orar. Fui a mi sala de oración, y al empezar a orar se
me ocurrió que tenía ganas de escuchar mi CD especial
con sonidos de la naturaleza: cantos de aves, riachuelos
burbujeantes y música suave de fondo. Sería un fondo
agradable mientras oraba, y a la vez me ayudaría a librarme del estrés. Me imaginaría a solas con el Señor en
un bosque, algo realmente eficaz con mis cascos especiales
que eliminan el ruido. Al dirigirme hacia el lugar
donde normalmente guardaba los cascos y el CD, no los
encontré. Busqué por todas partes. En una habitación
busqué en un monton de CDs que tenían que ser puestos
en sus respectivas cajas originales. Pensé que ya que
había empezado, lo lógico sería dedicar unos minutos a
organizarlos. Quince minutos más tarde me encontraba
en el auto, buscando cajas de CDs que me faltaban. Y
allí me encontré con otra colección de CDs que debía
organizar y poner en sus respectivas cajas. Pensé, ¿qué
más da otros 10 minutos? Ya se lo pagaré al Señor.
Puse
todos los CDs en orden, y de paso organicé el baúl del
auto. Seguidamente entré en mi oficina y, he aquí, ahí
estaban mis cascos y mi CD de relajación. Pero ya que
estaba tan cerca de la computadora, pensé echarle un
vistazo al correo electrónico por si acaso había algo que
debía contestar urgentemente. Tengo algunos amigos
que le han dado un nombre a este tipo de comportamiento
distraído: TDAAE, Trastorno por Déficit de
Atención Activado por la Edad.
No obstante, después de una hora me encontraba en
condiciones de volver a mi sala de oración. Queda claro
que la hora que había programado para dedicar a la oración
había pasado, así que estuve 20 minutos, cargados
cada uno de un sentir de prisa y culpabilidad, dándole
un repaso rápido a una lista de oración y ojeando un
salmo. Qué osadía -pensé- empezar una conversación
con el Señor y dejarle plantado por una hora entera. Me
pregunto si se lo hubiese hecho a cualquier otra persona.
Por supuesto que no. Pero tenía todo el día por
delante y ya comenzaba mi lista de tareas con retraso.
Sabía que incluso los 20 minutos que había pasado en
oración eran mejor que nada, pero no tenía la sensación
de haber nutrido mi espíritu. Me daba la impresión
de no haber alcanzado el nivel de intimidad espiritual
que hubiese deseado. Al contrario, sentí el acusador
tratando de convencerme de que solo cumplía con un
deber «obligatorio» porque al ser maestra de la Biblia
se «supone» que debo orar, ya que este tipo de personas
deberían poder decir que oran cada día.
El único método que he encontrado efectivo para
ayudarme a ser constante en la oración es fijarle un
tiempo y lugar concreto. De otra forma, siempre habrá
otras cosas que se interpongan. No toleres ninguna
distracción. No te engañes pensando que lo harás más
tarde. Al final del día te sentirás demasiado agotado
para entrar en el resposo de Dios. Simplemente querrás
decir: «Señor, bendice a todo el mundo entero. Conoces
cada necesidad. ¡Buenas noches!»
en el que la clave de su supervivencia dependerá de
su relación con el Señor.
Cuando el esposo de mi amiga,
Althea Sims, sufrió un derrame cerebral, ella se vio en
la posición de tener que sobrellevar el peso espiritual
y administrativo de la iglesia donde él trabajaba como
pastor. Además, tuvo que hacerse cargo de las responsabilidades financieras del hogar, algo de lo que él también
se encargaba. Se encontraba en terreno desconocido.
Además, seguía ejerciendo como madre de sus hijos
dependientes. Los médicos no daban mucha esperanza
de que el Pastor Reggie sobreviviese al incidente. Althea
era el Peñón de Gibraltar y se notaba que no era fachada
-emanaba fuerza y paz. Hace poco le pregunté cómo
supo mantener la compostura durante esos momentos
tan estresantes. Ella replicó: «Sobreviví gracias a mi relación
con el Señor cuando ocurrió todo esto». Había
reforzado el fundamento mucho antes de la tormenta.
Salomón tenía toda la razón cuando dijo: «Si en el día de
la aflicción te desanimas, muy limitada es tu fortaleza»
(Pr. 24:10 NVI). No podemos escapar a las aflicciones
y los factores de estrés en la vida, pero sí podemos fortalecer
nuestros espíritus por medio de la oración y la
Palabra de Dios para adquirir la fuerza y el valor para
responder adecuadamente a ellos y superarlos.
Que esta sea nuestra oración:
Señor, por favor. enciende en mí
una pasión por la oración y por tu
Palabra para que pueda fortalecer
mi fundamento espiritual y resistir
las tormentas cuando aparezcan
en mi vida.
Fuente: Controla tu stress en 30 días, Deborah Smith Pegues
Excelente entrada!! Importántisimo fundamento para nuestra vida: Oración y meditación en la Palabra de Dios. Es el termómetro que marcará nuestra vida espiritual.
Amén, Pilar! Gracias por tu valiosa opinión. Un abrazo!
Hay que tener calro en que andamos y que nos conviene.
qu estes muy bien, bendiciones
Au revoir, bye, Adios & Adio