Es bastante fácil discernir qué cosas no le agradan a Dios, cuando estas cosas son malas. Aún los que no conocen la Palabra de Dios pueden decir qué cosas están mal para que un hijo de Dios las haga (por eso tantos prefieren no entrar). Lo difícil es reconocer que aun lo bueno, si proviene de la naturaleza humana, para Dios es malo. Tratar de hacer el bien en nuestras propias fuerzas en muchas ocasiones terminará en fracaso y desesperación, e incluso en condenación.
Un ejemplo de que “lo bueno fue enemigo de lo mejor” lo encontramos en el dilema de Pablo en Ro 7:15: “No entiendo lo que hago, pues no hago lo que quiero, sino lo que odio eso hago.” Su condenación y desdicha no venía por causa de ser un pecador sin esperanza. El ya sabía que habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, como dice en Ro 5:1, por eso disfrutaba de paz con Dios; sin embargo, su auto-condenación consistía en ser un santo incapaz que andaba en la carne. El tuvo que aprender la dolorosa lección de que en su carne (propio esfuerzo) no mora el bien (Ro 7:18). Descubrió que incluso al intentar hacer el bien, sólo conseguía que su viejo hombre continuara bien vivo. Peor aun, descubrió que cuando su viejo hombre no estaba siendo considerado como muerto y mantenido en muerte, el pecado era capaz de manifestarse.
¿Cómo es la carne? No solamente es dada a la concupiscencia, sino también capaz de mentir y exagerar. Puede ser arrogante, áspera, agresiva, propensa a cambios de humor, despiadada y ansiosa de poder. La carne ladra, gruñe y se ofende fácilmente por el éxito de otros. También es presuntuosa, camorrera, fría y criticona. Otra característica de la vieja naturaleza es echar la culpa a otros, pero lenta a tomar la responsabilidad de sus propios errores. Es impaciente, impetuosa e indiferente a herir a otros. Es resentida y burlona, y a menudo se sume en la autocompasión. Es sospechosa, astuta y fácilmente recurre al sarcasmo. Irrazonable, no es de fiar, no perdona, es implacable en buscar faltas incluso si necesita una lupa para hacer su trabajo sucio. Tales son las obras de la carne. Estas actitudes poco cristianas se manifiestan, especialmente cuando está bajo presión. Ninguna cantidad de disciplina, dedicación, o incluso sublimación puede reprimir su manifestación. Día tras día, año tras año se sigue luchando, pero solamente para ir de derrota en derrota. Si tienes que esforzarte para ir a la iglesia, a menudo por un sentido de responsabilidad, si tienes que esforzarte para manifestar “amor, gozo, paz, paciencia, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gá. 5:22), incluso el más pequeño problema manifestará la superficialidad de tu experiencia, pronto te dejará tan agotado que no tendrás fuerza para cantar, o sonreír, menos aun para simpatizar con alguien en necesidad. ¿Ya lo identificaste? Conciencia propia, justicia propia, importancia propia, atención propia, auto-contentamiento, opinión propia, autocompasión, autoindulgencia, auto exaltación, gloria propia, en otras palabras, ¡CARNE!
Algunos cristianos viven esta triste condición. Como el pueblo de Israel, se revelan, murmuran, y rehúsan creer en las promesas de Dios. Toda la vida consiste en ir andando en círculos hasta el día de su muerte (Heb 3:7-19). Culpan a todos y a cada uno. Un día es Satanás, el próximo día es el pastor. Algunos culpan a sus padres, algunos incluso se atreven a culpar a Dios. Siempre van andando en círculos de descontento hasta que mueren. Muchas iglesias son atormentadas por ellos antes que se vayan.
Para encontrar lo mejor de Dios, no sólo tendremos que confrontar el hecho de que nuestro viejo hombre es capaz de cualquier clase de mal, sino que ¡es capaz de hacer cualquier clase de bien!
Tenemos que aceptar la sentencia de muerte que Dios ha dado, no solamente sobre nuestro desagradable y feo viejo hombre, sino también sobre nuestro viejo hombre bueno. Ambos son manifestaciones del yo independiente que heredamos de Adán, y nunca fuimos creados para vivir independientemente de nuestro Creador.
¿Cuál fue la sentencia para Jesús? Muerte de cruz. La cruz nos habilita a vivir una vida abundante. Si nosotros consideramos el hecho de que nuestro viejo hombre fue crucificado con Cristo y lo mantenemos así, entonces no sólo nos veremos libres de su control, sino que seremos capaces de abrir todo nuestro ser para que sea lleno por el Espíritu de Cristo, y podemos de esta forma ser liberados de “la ley del pecado y de la muerte” (Ro8:2) y encontrar la dinámica fuerza de Jesús haciendo lo que lo que la ley no puede hacer (Ro 8:3). Entonces podemos decir: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están es Cristo Jesús”, porque ya no andamos según la carne (propio esfuerzo) (Ro 8:1).
E. Maddison –