El temor opera al hacer que la gente ponga atención en sí misma. Provoca que la persona se concentre en su supervivencia y rechace todo lo que amenaza sus intereses. Esto es contrario al mensaje del evangelio. En Lucas 9:23-26 dice: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará. Pues ¿qué aprovecha al hombre, si gana todo el mundo, y se destruye o se pierde a sí mismo? Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras, de éste se avergonzará el Hijo del Hombre cuando venga en su gloria, y en la del Padre, y de los santos ángeles”.
El evangelio se trata acerca de negarse a sí mismo, mientras que la esencia del temor es la supervivencia. Jesús nos dijo que tomáramos nuestra cruz y lo siguiéramos (Lucas 9:23), pero el temor nos dice que llevemos a cabo lo que sea para nuestro beneficio. El temor es un espíritu demoníaco poderoso, porque nos concentra tanto en nuestra supervivencia que dejamos de pensar práctica y racionalmente; en cambio, comenzamos a operar en un estado de completa carnalidad.
El temor provoca que nos escondamos y alejemos de todo lo que percibimos como amenaza; construimos muros de defensa. Estos muros afectan nuestras relaciones con la gente que nos rodea y con Dios. Y se convierten en el filtro por el que percibimos todo.
El temor nos hace concentrarnos tanto en nosotros mismos que terminamos en una posición en la que no podemos ver la verdad con claridad. Es por ello que Dios no puede separarse de la verdad y Dios es amor. Por lo tanto, toda la verdad debe funcionar a partir del amor y nada que no pase por el filtro del amor puede presentar la verdad con exactitud.
Construimos estos muros de defensa pensando que nos protegerán, pero en realidad no funcionan para evitar que sucedan cosas malas. En cambio nos roban la comunión con Dios y con los demás creyentes al provocar que nos alejemos, y, además, bloquean el plan, el propósito y la voluntad de Dios para nuestra vida. Finalmente, los muros que construimos por temor para protegernos se convierten en una prisión que nos atrapa.
Mientras está leyendo estas palabras sé que las está sintiendo vivificadas en su espíritu. El Espíritu Santo está resaltando áreas de su vida y de sus relaciones en las que está operando en temor, lugares en los que ha edificado muros en un intento por protegerse, solamente para darse cuenta de que esos muros se han convertido en su propia prisión.
Ellos llegaban a la iglesia y les encantaba la adoración, aceptaban la poderosa revelación de la Palabra de Dios y se emocionaban de ver al Espíritu Santo moverse tan libremente entre nosotros. Pero siempre tenían un muro levantado. Siempre se mostraban un poco escépticos acerca de lo que Dios hacía en la Upper Room Church, de manera que dudaban en entrar por completo en el mover de Dios. El temor les decía: “No confíes en el pastor Steve. Los predicadores te han herido antes. Has escuchado una buena charla antes. No confíes, porque eso te hará demasiado vulnerable y serás lastimado de nuevo”.
El problema es que la única manera en que habrían podido recibir completamente del poderoso mover del Espíritu Santo que nuestra iglesia estaba experimentando era por medio de abrir su corazón, someterse al liderazgo, seguir la dirección del Espíritu Santo y rendirse completamente a Dios. He visto a mucha gente estar en el borde del mover de Dios, pero no sumergirse en él, porque continúan escuchando al temor.
Jesús nos dio el arma más poderosa contra el temor: el amor ágape. Este amor es sobrenatural. Nos lo da el Espíritu Santo y es el elemento que cambió todo para los discípulos. Solamente el amor ágape tiene la capacidad de echar fuera el temor y de llevarlo a usted a la verdadera libertad. Los muros del temor que hemos construido en un intento por protegernos, deben ser destruidos y esto sucederá solamente si obtenemos una verdadera revelación del poder del amor ágape.