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Fuimos creados para vivir en un destino guiado por Dios

creados para vivir

Fuimos creados para vivir con un destino en Cristo

Efesios 1:3-6

3 Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, 4 según nos escogió en El antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de El. En amor 5 nos predestinó para adopción como hijos para sí mediante Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, 6 para alabanza de la gloria de su gracia que gratuitamente ha impartido sobre nosotros en el Amado.

Creados para vivir en el destino que Dios nos trazó

Como mujeres que caminamos en la fe, es esencial comprender nuestro destino en Dios. En medio de las luchas cotidianas y los desafíos, a menudo nos encontramos buscando un propósito más grande, algo que dé significado a nuestras vidas. El apóstol Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, nos brinda una visión clara de nuestro destino en Efesios 1:3-6, y es fundamental aferrarnos a estas verdades para edificar nuestra fe y fortalecer nuestra conexión con el propósito divino.

Creados para vivir en la bendición de Dios

El verso 3 comienza con un llamado a bendecir al «Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo». Este Dios nos ha bendecido «con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo». Nuestra identidad y bendiciones se encuentran en Cristo, y es crucial recordar que nuestras vidas tienen un propósito eterno.

Pablo continúa revelando el misterio de nuestra predestinación en los versos siguientes. En el verso 4, nos dice que Dios nos escogió «antes de la fundación del mundo» con un propósito específico: «para que fuéramos santos y sin mancha delante de Él en amor». Aquí se encuentra la primera clave para comprender nuestro destino: la santidad y el amor.

El autor nos presenta tres opciones cuando el vínculo entre nuestra vida presente y un destino grandioso se quiebra: desesperación, distracción o redescubrimiento de nuestro verdadero destino. La historia del campo de concentración nazi en Hungría destaca la importancia de tener un propósito significativo, incluso en las circunstancias más desesperadas.

Creados para vivir adoptados como hijos e hijas

Nuestro destino, como mujeres de fe, se revela en el verso 5: «nos predestinó para adopción como hijos para sí mediante Jesucristo». Somos destinadas a ser hijas de Dios, parte de Su familia, herederas de Su gracia. Este destino no solo abarca nuestra relación con Él sino también nuestra transformación interna: «para que fuéramos santos y sin mancha delante de Él en amor».

La conexión entre la santidad y el amor es vital. No somos solo llamadas a la pureza externa, sino a vivir en amor unos con otros. El énfasis en el amor como el camino a la santidad es crucial para entender nuestro destino, como se destaca en 1 Tesalonicenses 3:12-13. La santidad se manifiesta en amarnos mutuamente y reflejar el carácter de nuestro Padre celestial.

Somos creados para vivir alabando la gloria de su gracia

La meta última de nuestro destino se revela en el verso 6: «para alabanza de la gloria de su gracia». No somos solo redimidas y transformadas para nuestro beneficio, sino para que la gracia de Dios sea glorificada. Nuestra vida, nuestra santidad, nuestro amor, todo apunta a la gloria de Dios.

La base de nuestro destino se encuentra en la obra redentora de Jesucristo, como se expresa en Efesios 5:25-27. Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella para hacerla santa e intachable. La muerte de Jesús es la base de nuestra santidad y adopción como hijos de Dios.

Creados para vivir siguiendo la voluntad de Dios

Finalmente, la soberanía de Dios y Su voluntad libre establecen el fundamento más profundo de nuestro destino. El verso 5 enfatiza que fuimos predestinadas «conforme al beneplácito de su voluntad». Nuestro destino no está ligado a nuestras acciones, circunstancias o méritos, sino a la libre voluntad de Dios.

Como mujeres de fe, afirmemos nuestro destino en Cristo. Somos predestinadas para ser hijas de Dios, llamadas a la santidad y al amor, con el propósito último de glorificar la gracia de Dios. En medio de las pruebas, recordemos que nuestro destino está firmemente arraigado en la obra redentora de Jesucristo y en la soberanía benevolente de nuestro Padre celestial. ¡Así que avancemos con confianza, sabiendo que cada día es un paso significativo hacia un futuro grandioso y hermoso en Él!

 

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