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La justificación es un término legal. Un prisionero es traído al tribunal de justicia para ser juzgado. Sólo hay una forma en que ese prisionero puede ser justificado; esto es, no debe ser encontrado culpable; y si no es encontrado culpable, entonces es justificado: esto es, se ha demostrado que es un hombre justo. Si fuera culpable él no puede ser justificado por ellos. Puede ser perdonado; pero ni la realeza misma podría jamás lavar el carácter de ese hombre. Es tan criminal cuando es perdonado como lo era antes de ser perdonado…

Ahora, la maravilla de las maravillas es que se ha demostrado que somos culpables, y sin embargo somos justificados: se ha leído el veredicto en contra nuestra: “Culpables!; “¡Muertos en delitos y pecados!”; y sin embargo, a pesar de ello, somos justificados. ¿Podría algún tribunal terrenal hacer eso? No, pero la redención de Cristo logró eso que es una imposibilidad para cualquier tribunal de la tierra. Todos nosotros somos culpables: «por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios.»- Ro. 3:23.
Allí es presentado el veredicto de culpables, y sin embargo inmediatamente después se dice que somos justificados gratuitamente por Su gracia.

Podemos explicarlo así: Un prisionero ha sido juzgado y condenado a muerte. Él es un hombre culpable; él no puede ser justificado porque es culpable. Pero ahora, supongan por un momento que pudiera ocurrir algo así: que alguien más pudiera participar, y que pudiera asumir toda la culpa de ese hombre, que pudiera ponerse en su lugar y por algún proceso misterioso, que por supuesto es imposible entre los hombres, se convirtiera en ese hombre; o tomara sobre sí el carácter de ese hombre; él, el hombre justo, pone al rebelde en su lugar, y convierte al rebelde en un hombre justo. Como vimos, todos hemos sido condenados a muerte.

Dios el Padre dice: «Voy a condenar a ese hombre; debo, castigarlo.» Cristo interviene, me hace a un lado, y se pone en mi lugar. Cuando se pide que hable el reo, Cristo dice: «Culpable;»; y con esa declaración hace que mi culpa sea suya. Cuando se va a aplicar el castigo que es la muerte, Cristo se presenta. Dice: «castígame a Mí; he puesto mi justicia en ese hombre, y Yo he tomado sobre Mí los pecados de ese hombre. Padre, castígame a Mí y considera a ese hombre como si fuera Yo. Deja que él reine en el cielo; y que yo sufra sus miserias. Déjame que Yo soporte su maldición, y que él reciba mi bendición.»
Esta maravillosa doctrina del intercambio de lugares entre Cristo y los pobres pecadores, es una doctrina de revelación, pues no habría podido ser concebida por la naturaleza humana. Esta es la forma en que somos salvados, «siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús.»

-Tomado de: Charles Spurgeon, La Justificación por Gracia, Sermón No.126 del Púlpito de la Capilla New Park Street.

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