Cuando en el camino (por una misericordia divina, luego de tanto caminar, de tanto llorar, de tanto pedir) te sorprenda ver a lo lejos en una esquina del mismo, una pequeña semilla, que es casi tan diminuta como una de mostaza; y te inclines débilmente a tomarla, la examines y te des cuenta de que realmente es una semilla de mostaza, es probable que comiences a preguntarte: “¿Podrá ser cierto? ¿Acaso no es esta la semilla con la cual comparaban a la fe? ¿Será posible que por fin haya encontrado mi semilla?”
En ese momento se detiene el tiempo. Ese minuto queda registrado no tan solo en tu reloj físico sino en tu reloj del alma. Porque cuando algo así sucede, todo se detiene, deseas gritar, reír, saltar, llorar, compartir tu hallazgo, pero es solo tu mente la que comienza activarse, todo lo demás queda detenido, y vuelves a preguntarte: “¿A quién se le habrá caído esta semilla? ¿Será mía realmente? ¿Vendrán a quitármela? ¿Debo compartir lo que encontré?”
¡Claro que vendrán a quitártela! Sí escasean en esta época las semillas de fe, es más, NO es su temporada. Así que todo lo que escasea adquiere valor. Ten cuidado . . . Cuando logres encontrar eso que da motor a tu intelecto y activa las ganas de ejercitar tu mente, que aumenta el valor a tu vida . . . aguántalo, no lo dejes ir. Si tienes que tomar medidas extremas, ¡hazlo! Porque perderlo es morir, es secarse en vida. Perderlo es borrar literalmente tu sonrisa del rostro, es vivir respirando amargura sulfúrica que no te liquida de cantazo, sino que alarga tu agonía existencial a una perpetua condena.
“Entonces, ¿qué debo hacer?”
Disfruta tu milagro, escoge bien con quién vas a compartir tu alegría, y cuidado que no actives en otros ese veneno mortífero llamado envidia; cuídate y cuida tu milagro. Y espera. No vayas a cometer el “error común”. El error por el cual otros han perdido en algún momento su semilla. Error que comienza a cegar tu mente y tu alma solo a minutos de haberla encontrado.
El “error común” está compuesto de líquidos de orgullo que se mezclan con elementos de soberbia, logrando así una condición mental ególatra —podríamos decir, “de auto yo”—, el cual es casi imposible de combatir. Comienzas a felicitarte por tu hallazgo, empiezas a darun recorrido mental en el cual destacas tu persona en todo momento, dejando a un lado cualquier posibilidad de haber sido ayudado por alguna intervención divina. El “error común” es un ácido destinado a disolver cualquier pensamiento dedicado a Dios, su función es exterminar cualquier lazo o vínculo entre el hombre y su Creador.
Una vez identificadas esas precauciones, ¡adelante!, continúa tu camino con confianza, fortalecido porque la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve. La convicción de que si hay alguien que puede ayudarte en medio de las situaciones adversas, ese es el Creador del universo, el Dios de tu semilla, el Dios de tu milagro . . . ¡solo ten fe!