Caminando solo por la calle en un viaje de esos donde me encontraba preso de mis propias actitudes sin que nadie me ayudara, buscaba la solución a los problemas que lentamente deterioraban mi alma y mi conciencia. No había ciencia ni filosofía que me sacaran de la decadencia. Era la consecuencia de escoger el mal camino por mis malas decisiones; se tronchaba mi destino.
Ya no confiaba en nadie. Aunque hablaba con todos, muchos me dieron de codo. Me sentía un don nadie. Por las noches no dormía, solía tener pesadillas y las veces que lo hacía era a fuerza de pastillas. La palabra vida era sinónimo de fastidio.
Muchas veces pensé que la única salida era el suicidio. Mi corazón se obstinaba y se hacía duro como el hierro. Día a día yo anhelaba que se acercara mi entierro.
Nunca me abandonaste, siempre me acompañaste. Aún cuando te daba la espalda, me decías al oído que aún me amabas. Mis problemas ocultos tras una fría sonrisa, era todo un payaso con una cara postiza. Para todos era un joven normal. Lo único que no sabían era que a ese joven la depresión lo mataba. Pero, ¿a quién? ¿A quién yo iba a pedirle ayuda si no confiaba en nadie? Mi única amiga era la duda. Solo me quedaba uno a quien hacía tiempo que no buscaba: El que me decía “te amo” y yo ni caso le hacía; el que tocaba mi conciencia cuando en mal camino estaba y los pelos se me erizaban cuando su presencia me inundaba . . . el que no mira mi apariencia ni estaba por antojos; al que yo no quería, pero hacía que lloraran mis ojos.
Por fin encontré la salida a un futuro tan incierto. Hoy tengo mis ojos abiertos para poder ver qué es la vida. Mi alma ya no está perdida en ese pasado espantoso. Los errores cometidos ahora me resultan graciosos. Gracias a ti, Poderoso, porque nunca me dejaste. En cada paso del camino siempre me acompañaste. ¿Por qué cuando andaba perdido de mí nunca te alejaste?
¿Por qué siempre te fui infiel y sin embargo aún me amaste? ¿Cuántas veces me perdonaste? No sé, fueron tantas que día a día, mi alma por ti se quebranta. Realmente me di cuenta que para ti soy importante. Para el hombre estaré atrás, pero tú me llevas siempre adelante. Cada instante de mi vida en mi corazón está grabado que me amaste sin medida como nadie aún me ha amado, que sanaste mis heridas y con misericordia me miraste. ¡Gracias a ti porque nunca me abandonaste!
Oración
Señor, verdaderamente no hay palabras para expresar lo que siento. Solo sé que tu misericordia, que es grande, hasta los cielos me alcanzó, y por cada día al despertarme estaré agradecido de ti. Gracias, Señor, por amarme tanto y porque nunca me abandonaste.
– Tomado del libro Corazón abierto por Manny Montes