En la presente coyuntura mundial, requiere una verdadera urgencia el comprender que los eventos históricos deben ser interpretados a la luz del reino de Dios. Si aspiramos a disfrutar de paz interior a pesar de lo que ocurre en el mundo, la única forma de hacerlo es llegar a comprender esta filosofía bíblica de la historia. Dicha filosofía explica los acontecimientos en el mundo secular y su relación con la Iglesia de Dios. El principio esencial es que se puede entender la historia sólo en términos del reino de Dios. Es decir, el gobierno de Dios en el mundo, en el cual está incluida la Iglesia. Dios está dirigiendo toda la historia para así realizar su propósito con respecto al reino. Nuestro objetivo será ahora el de analizar este principio en mayor profundidad.
La perplejidad por los acontecimientos actuales no es una novedad
El problema no es nuevo. Nosotros, en el siglo pasado y en el actual, hemos sido ingenuos al creer que nuestros problemas son excepcionales y peculiares. No lo son. Solo estamos experimentando lo que el pueblo de Dios ha vivido ya en muchas oportunidades anteriores. Es bueno recordar que la historia se repite, y así desligarnos de aquella ingenua y envanecida opinión que los modernos tenemos de nosotros mismos. Nuestras perplejidades de ninguna manera son nuevas. Hay muchos hoy día que sienten que no pueden ser cristianos por las dificultades intelectuales que plantea la aparente frustración de la historia. Sin embargo, este problema es tan antiguo como la misma humanidad y ha dejado perplejos a muchos desde el principio. El conocimiento y los acontecimientos actuales poco tienen que ver en el asunto, de manera que bien podemos despojarnos de cualquier tipo de orgullo intelectual. El problema es el mismo que tuvo que enfrentar el hombre que escribió el Salmo 73 (1), o Habacuc, o Israel en forma nacional. La epístola a los Hebreos fue escrita especialmente para aclarar este problema. Los cristianos hebreos decían en efecto: Hemos creído el evangelio, dejamos el judaísmo y nos unimos a la Iglesia cristiana. Todo con base en lo que ustedes nos dijeron acerca de Cristo, su salvación, y su venida para establecer su reino y gobernar sobre la tierra. Él no ha venido; nos persiguen y nos despojan de nuestros bienes, y estamos sufriendo intensamente. ¿Dónde está la respuesta?
Los cristianos a quienes escribió el apóstol Pedro fueron tentados a preguntar: «¿Dónde está la promesa de su advenimiento?» (2 Pe 3.4). Estaban siendo ridiculizados por los burladores que les decían: ¡Ah! Ustedes creyeron ese evangelio y confiaron sus vidas a ese Señor Jesucristo. Les dijeron que iba a volver para reinar pero, ¿dónde está el cumplimiento de su promesa? ¡Todo sigue como antes! La respuesta de Pedro, cabe destacar, recuerda a los lectores de su carta que este era ya un antiguo problema. Les dijo en efecto: ¡No se preocupen, es exactamente lo que decían las personas antes del diluvio; lo que dijeron antes de la destrucción de Sodoma y Gomorra, y es lo que siempre han dicho! Su respuesta exacta según las Escrituras fue: «Para con el Señor, un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza» (3.8–9). Esto es precisamente lo que dijo Habacuc: «La visión todavía tardará hasta el plazo señalado; bien que se apresura hacia el fin… aunque tardare, aguárdala, porque de seguro vendrá, no se tardará» (Hb 2.3).
El tema de la historia es también el gran tema del libro de Apocalipsis. No importa cómo se interprete este libro, representa claramente un pronóstico de la historia; una visión previa de eventos sobresalientes a través del largo curso de los tiempos hasta la consumación final. Sin embargo, muchos intérpretes se obsesionan con el simbolismo que pasan por alto o pierden el tema principal. Son tan expertos en los detalles que pierden la verdad central. El libro de Apocalipsis es principalmente una gran visión anticipada de la historia, con Jesucristo como la persona central que controla la historia al abrir «los sellos». De esta manera contiene un mensaje de consuelo no sólo para los creyentes del primer siglo, sino para el pueblo de Cristo en todo tiempo y en todo lugar.
Tomado y adaptado del libro Del temor a la fe, D. Martyn Lloyd-Jones, Hebrón.