Cuenta la historia de un estudiante posgraduado que se dirigió al gran naturalista Agassiz, para recibir los toques finales en su formación. Había recibido varios honores, y por ello esperaba obtener una noble asignación. Se sintió muy asombrado cuando Agassiz le entregó un pequeño pez y le pidió que lo describiera. El estudiante respondió:
– Es sólo un pez luna.
– Lo sé – dijo Agassiz –, pero quiero que lo describas por escrito.
Pocos minutos después el estudiante regresó con la descripción escrita del pez, de acuerdo a la terminología formal en latín, e incluyó en una carta hidrográfica, el género y la familia donde éste podría ser encontrado. Agassiz leyó lo que el estudiante había plasmado y luego le dijo:
-Descríbeme el pez.
Entonces el estudiante produjo un ensayo de cuatro páginas. Otra vez Agassiz le dio la misma orientación. Este proceso continuó por unas tres semanas, y para entonces el pez ya estaba en un estado de descomposición bastante avanzado. El estudiante admitió, que después de todo ese tiempo, en verdad ya conocía bastante sobre el pez. Y Agassiz así lo reconoció.
Cierto filósofo moderno ha llegado a la conclusión de que si uno estudia algo aunque pequeño, sea planta o criatura, por cinco minutos diarios en un lapso de veinte años. ¡Uno se convertiría en el máximo experto mundial sobre el tema!
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