Skip to main content




Cuando Jesús comenzó a revelárseme como Juez, temí empezar a querer que Dios diera rienda suelta a su ira sobre los que me habían herido. Pensé que podría desear venganza divina por despecho. Sucedió exactamente lo opuesto a medida que continué encontrando al Jesús de la Biblia. Si usted hace lo mismo, tratar de encontrar no solamente una vaga idea de Jesús el Juez, sino al verdadero Jesús, hallado por la meditación larga y amorosa de la Palabra, sé que esta revelación dará el mismo fruto en su corazón.

Cuando Jesús se reveló a mí como el Juez justo, alcancé a captar una vislumbre de la llama de fuego en sus ojos, que me llevó al ámbito de perdón más profundo que haya conocido. Comprender a Jesús como el testigo fiel (Apocalipsis 1:5), el que vio y oyó lo que nadie más, era lo que mi corazón había estado deseando siempre. Al ver en los ojos de Dios el fiero celo por la justicia y su determinación de hacer bueno todo lo malo, me encontré queriendo clamar misericordia para los que me habían perjudicado.

En mi estudio sobre el perdón a la luz de la revelación de Jesús como el Juez descubrí verdades de la Biblia que me ayudaron a explicar la obra que Dios estaba haciendo en mi corazón. Comprendí por primera vez que el Señor me reivindicaría, y esa verdad comenzó a dirigir mi corazón hacia el perdón real. Jesús vio, oyó y decidirá cómo enderezar las cosas. Importo tanto para él que su justicia exige que alguien debe pagar. O Jesús carga el pecado y considera pagada la deuda por su obra en la cruz, si la persona se arrepiente, o castigará a los infractores cuando se paren ante Él en el juicio. Esta realidad se apoderó de mi corazón.

Es fácil para los cristianos bien intencionados reducir el perdón de pecados a barrer las transgresiones bajo la alfombra, pero esto se convierte en catastrófico al enfrentar las peores atrocidades de la vida. ¿Cómo podemos barrer el abuso sexual bajo la alfombra? ¿Cómo podemos decirle a alguien cuyo corazón ha sido aplastado “Adelante, y no dejes que el delito te robe tu alegría”? Sin el entendimiento de que Dios vengará las injusticias cometidas contra nosotros, el verdadero significado del perdón se pierde. Para los que no conocen a Cristo como el Juez justo, un llamado al perdón puede parecer afirmar que a Jesús no le importa lo que nos pasó o que es demasiado magnánimo para que lo abrumen nuestras quejas. En lugar de ofrecer esperanza, el perdón se convierte en un mensaje de “superarlo y seguir adelante”.

La Escritura nos ofrece un enfoque totalmente diferente del perdón. A través del perdón entregamos nuestro caso a un Juez justo que lucha por nosotros. Podemos olvidar lo que pasó porque sabemos que Dios nunca lo hará. Alguien va a pagar por lo que se nos hizo. Cualquier noción de que Jesús es complaciente ante el pecado y el mal no se alinea con la descripción de las Escrituras del terror que les aguarda a los impíos cuando Cristo regrese. Vemos esto claramente en el libro del Apocalipsis.

Y el cielo se desvaneció como un pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla se removió de su lugar. Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie? (Apocalipsis 6:14-16 ).

Cuando nuestra comprensión del verdadero perdón se abarata, desarrollamos ideas erróneas acerca de Jesús que disminuyen nuestra autoestima porque creemos que no vale la pena luchar. En todo el mundo, los pobres, oprimidos y víctimas de abusos anhelan recibir una respuesta a su dolor y sufrimiento. Jesús es esa respuesta. Él es el Juez justo, que pedirá cuentas, pero con demasiada frecuencia la iglesia tiene miedo de esta verdad.

Conocer a Jesús como nuestro Juez no nos convertirá en cristianos rencorosos que hablan constantemente palabras negativas de juicio y condenación. Puedo decirle por experiencia que en realidad es lo contrario. Cuando comprendemos que Jesús es el Juez, nos damos cuenta de una verdad igualmente importante: ¡que nosotros no lo somos! Jesús quiere sanar nuestros corazones con la revelación de que Él es el Juez, y nos quiere dar noticias realmente buenas para otros que están oprimidos.

Amado, usted amará mucho más a Jesús si en su corazón le permite ser el Juez. Lo reto a que se familiarice con Aquél que dictará sentencia sobre toda la humanidad, pondrá fin de una vez por todas al pecado, y pedirá cuentas de todo el mal que se haya hecho.
–Tomado del libro Un clamor por la justicia por Shelley Hundley.

Deja un comentario

error: Contenido protegido !!