Un verdadero guerrero no es el que muestra sus condecoraciones ni el que tiene como prioridad
las alabanzas de los demás, que le dicen «qué bien lo haces» mientras le palmean su hombro. Las medallas del guerrero se ven en su espalda, son las marcas que la batalla ha dejado en él. Solamente algunos notarán que lleva esas señales en su cuerpo, y tendrán una idea de todo lo que le costó pelear y defenderse. Disciplina, entrenamiento, renuncias y riesgo son sólo algunos de los ingredientes que conformaron su andar diario para lograr la victoria.
Lo mismo pasa con un atleta de los juegos olímpicos. Las medallas que recibe y su lugar en el podio son solamente la punta de un iceberg de sacrificio, disciplina, concentración y trabajo esforzado de muchas horas por día. Un campeón no gana cada asalto, pero si persevera, él gana el encuentro.
Siendo que la oración es donde recibes la facultad para continuar la lucha, es importante para ti encontrar el tiempo durante el día cuando puedas ir ante Dios y decirle cosas como estas. “Dios, estoy asustado”, así que Él pueda reasegurarle que está contigo. Él dice: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días” (Mateo 28:20). A través de la oración, Dios nos anima a regresar a la batalla de la fe.
Cuando oigas eso, es suficiente. Eres capaz de decir: “Regresemos, Señor y luchemos un día más”. Puedes ser victorioso/a si estás dispuesto/a a llevar aquello a lo cual le tienes miedo, ante Dios en oración. Dice la Biblia que “los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán”. Sí, te cansarás, y algunas veces querrás retirarte. Sin embargo, si estás dispuesto/a a resistir en oración y pararte frente a Dios y decirle: “Dios, estoy esperando en Ti”, Él te dará fortaleza.