¿Por qué hay que ser una mujer cristiana? ¿Por qué no ser simplemente mujer?
Las mujeres cristianas se preguntan a menudo sobre el propósito de seguir a Cristo en un mundo donde los ideales compartidos por muchos son el amor, la justicia y la búsqueda de sentido. Descubre conmigo cuáles son las preguntas y cuáles las mejores respuestas, enfocándonos en la distinción esencial de ser una mujer cristiana y cómo esta elección no solo abraza lo humano, sino que lo eleva a través de la fe en Cristo.
Contenido de esta publicación:
¿Acaso ser una mujer cristiana es más que ser mujer?
¿Por qué hay que ser cristiana? ¿Por qué no simplemente ser mujer, mujer de verdad? Si soy una mujer, ¿por qué ser, además de mujer, cristiana? ¿Acaso ser cristiana es más que ser mujer? ¿Qué es en realidad lo cristiano? ¿Qué significa ser cristiana hoy?
Comparemos ser una mujer cristiana a ser simplemente mujer
Las mujeres cristianas deberían saber lo que quieren. También las no cristianas deberían saber lo que los cristianas quieren. La respuesta de las cristianas suele ser vaporosa, sentimental, genérica: «el cristianismo quiere amor, justicia, hallar sentido a la vida, ser bueno y hacer el bien a la humanidad»
Pero, ¿no quieren tales cosas también las no cristianas? Sin lugar a dudas, la cuestión de lo que el cristianismo quiere, lo que el cristianismo es, se ha agudizado drásticamente, ya que la mujer cristiana y la no cristiana comparten hoy a menudo los mismos ideales.
También ellas están a favor del amor, la justicia, el sentido de la vida, el ser buena y hacer el bien, la humanidad. Y en la práctica, con frecuencia, lo están aún más que las cristianas. Si, pues, estas “otras” dicen lo mismo, ¿para qué ser aún cristiana?
Qué pasa con el cristianismo en la actualidad
El cristianismo se halla hoy, en todas partes, en doble confrontación: de un lado, con las grandes religiones; de otro, con los humanismos no cristianos, los humanismos “seculares”. Incluso a los cristianos que hasta ahora se han sentido en esta o aquella Iglesia institucionalmente guarecidos e ideológicamente inmunizados les asalta, hoy, el interrogante: ¿es el cristianismo, comparado con las otras religiones y los humanismos modernos, algo esencialmente distinto, algo realmente especial?
Una pregunta directa: ¿Por qué hay que ser cristiana?. Y una respuesta no menos directa: Porque hay que ser realmente mujer.
La realidad es que no se puede ser una mujer cristiana renunciando a ser mujer. Y viceversa: no se puede ser mujer renunciando a ser cristiana. Lo cristiano no puede ponerse encima, debajo o al lado de lo humano: la mujer cristiana no debe ser una mujer dividida.
Lo cristiano no es, por tanto, una superestructura ni una infraestructura de lo humano, sino una superación de lo humano en el pleno sentido de la palabra, que implica afirmación, negación y trascendencia.
Ser una mujer cristiana trasciende al humanismo
Ser cristiana significa una superación de los otros humanismos: éstos son afirmados en la medida en que afirman lo humano; son negados en la medida en que niegan lo cristiano, es decir, a Cristo; son trascendidos en cuanto que el ser cristiana puede incorporar plenamente lo humano y demasiado humano con todas sus dimensiones negativas.
Las mujeres cristianas no son menos humanistas que otras humanistas. Pero ven lo humano, lo verdaderamente humano, ven a la mujer y a su Dios, ven la humanidad, la libertad, la justicia, la vida el amor, la paz y el sentido a la luz de Jesús, que es para ellos el criterio concreto, Cristo. En esta perspectiva estiman que no pueden ser partidarios de un humanismo cualquiera, que se limite a afirmar lo verdadero, lo bueno, lo bello y lo humano.
El suyo es un humanismo realmente radical, capaz de integrar y asumir lo no verdadero, lo no bueno, lo no bello y lo no humano: no sólo todo lo positivo, sino también -y esto es lo que decide el valor de un humanismo- todo lo negativo, incluso el dolor, la culpa, la muerte, el absurdo.
Puestos los ojos en Jesús
Con la mirada puesta en Jesús, el Crucificado y Resucitado, la mujer puede no sólo actuar en este mundo, sino también padecer: no sólo vivir, sino también morir. Ante su vista aparece un sentido incluso allí donde la razón como tal debe capitular, en el mismo absurdo de la miseria y la culpa, porque la mujer se sabe sostenida por Dios también en eso, tanto en lo positivo como en lo negativo.
La fe en Jesucristo procura paz con Dios y consigo mismo, pero no escamotea los problemas del mundo. Hace a la mujer verdaderamente humana porque le pone en contacto con la humanidad de los demás: le abre radicalmente a quien tiene necesidad de él, al prójimo.