La presencia de Dios
Durante veintinueve capítulos, Job y sus amigos discutieron y cuestionaron. Durante seis capítulos Eliu habló de parte de Dios a Job. Solo cuatro capítulos le bastarán a Jehová para llevar a cabo la obra maestra que perseguía en el corazón de Job.: «¿Qué enseñador semejante a él?» (36: 22). Job había dicho: «Yo hablaría con el Todopoderoso, Y querría razonar con Dios». Dios se baja. No agobia a su siervo con reproches severos, aunque justificados. Toma el lugar del alumno: «Yo te preguntaré, y tú me contestarás (38:3; 40:2). Va a hacerle un número de preguntas a Job, el cual no podrá responder a ninguna. «¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra?» (38:4). Job es tomado de improviso desde la primera pregunta. Cuando por fin Jehová insiste: «El que disputa con Dios, responda a esto.» (40:2), Job solo puede decir: «He aquí que yo soy vil; ¿qué te responderé? Mi mano pongo sobre mi boca. Una vez hablé, mas no responderé; Aun dos veces, mas no volveré a hablar». Era mejor callarse, pero Jehová deseaba conducir a su siervo mucho más allá, hasta la confesión completa y al juicio propio. También debe repetir: «¡ Yo te preguntaré, y tú me responderás! … ¿Me condenarás a mí, para justificarte tú?»
Hace desfilar delante de él a algunas de sus criaturas, para terminar por el leviatán, el cocodrilo, bajo una imagen poética que se puede discernir con el poder de Satanás, enemigo que el hombre no puede vencer: «¡Te acordarás de la batalla, y nunca más volverás!»
En efecto, el Señor no deseaba solamente enseñarle a Job que debía aprender a callar, sino que deseaba conducirle a una relación y comunión perfecta con Él. Delante de la grandeza del Todopoderoso, va a sentir su nada y el abismo adonde su obstinación lo condujo. ¿Quien de nosotros posee por si mismo la revelación del Creador?, pero tenemos aquella del «unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer.» ¡Cuanto mas aprendemos a conocernos y a negarnos a nosotros mismos, mas le conoceremos, A Él y a su corazón! (Filipenses 3:7-10).
Confesión y restauración
(Cap.42) Muchos de versículos nos relatan como Job discutió, acusó a Dios, justificándose. Cinco versículos son suficientes para relatar la confesión que le va a abrir el camino para la bendición.
«Yo conozco que todo lo puedes, Y que no hay pensamiento que se esconda de ti.» (V. 2). Colocado ante el poder del enemigo, Job debe reconocer que únicamente puede recurrir al poder de Dios.
Pero debe confesar también su ignorancia: «yo hablaba lo que no entendía; cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía». Se había jactado de discernirlo todo, de conocerlo todo; sin embargo en la presencia de Dios, debió comprobar que no sabía nada. Cuan fácilmente nos sucede que hablamos de nosotros cosas demasiado maravillosas, ¡mientras que una poca humildad nos sentaría mejor!. ¿Cuál es la conclusión de Job? «Oye, te ruego, y hablaré; Te preguntaré, y Tú me enseñarás». En el silencio y en la presencia divina, escuchar y aprender; dejarse corregir, instruir, formar ¿no es la parte que necesitamos buscar a menudo, aparte, sólo con Él?
Estar a tus pies como María,
Dejando las horas fluir
En un silencio que se olvida, Jesús,
para dejarte hablar.
(Hymnes et Cantiques 134:1).
Pero no se trata solamente de oír: «De oídas te había oído; Mas ahora mis ojos te ven» experiencia personal y profunda del alma, en el secreto con su Señor. Visión del joven Isaias en el templo, que determinará toda su vida (Isaias 6); visión de Pablo en el mismo templo (reconstruido), cuando oyó la Voz que le decía: «Ve, porque yo te enviaré lejos a los gentiles» (Hechos 22:17-21).
Job, que se había atrevido a decir: «No me reprochará mi corazón en todos mis días» declara: «Por tanto me aborrezco, Y me arrepiento en polvo y ceniza. Conoce ahora su propio corazón, pero sobre todo a Dios y su gracia, «Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis visto el fin del Señor, que el Señor es muy misericordioso y compasivo.» (Santiago 5:11).
La bendición va a derramarse sobre el patriarca, conducido por fin al punto donde Dios lo quería: que reconociera Su grandeza y Su amor; que se diera cuenta de su propia miseria; y se entregara a la gracia. Sin embargo una cosa debía efectuarse: perdonar a sus amigos. Job ora por ellos. «Y quitó Jehová la aflicción de Job, cuando él hubo orado por sus amigos; y aumentó al doble todas las cosas que habían sido de Job». Ellos lo habían forzado a fondo, no habían hablado de Dios como convenía. Habían culpado a Jehová de haber hecho venir el castigo sobre su amigo ¡Qué invitación a la prudencia en nuestros juicios!. Lucas 6:36-37 nos lo recuerda: «Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso…no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados». Los tres hombres deben también aprender la misma lección de su amigo, y aceptan ofrecer un “holocausto” con el fin de ser beneficiarios de la misma propiciación (33:24), que ofrecida por Job había sido a los ojos de Dios, «agradable» (42:8).
Jehová da a Job el doble de todo lo que había tenido…salvo los hijos. En efecto, todo el ganado en otro tiempo se había perdido, pero los hijos no: habían sido recogidos cerca de Dios, por los cuales su padre había ofrecido el sacrificio; esperarán el día de esta resurrección de la cual el patriarca había podido decir: «Y después de deshecha esta mi piel, En mi carne he de ver a Dios; Al cual veré por mí mismo, Y mis ojos lo verán, y no otro» (19:26-27).
La Disciplina. Georges André