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Dios quiere ser engrandecido en nuestra vida. ¿En qué consiste este «engrandecer» a Dios?

Mujer con actitud de adoración para engrandecer a Dios

Engrandecer a Dios

Engrandecer a Dios en lo Simple: El Poder de Dejarlo Ser Señor

En ocasiones, la grandeza de Dios se revela en la sencillez de nuestra entrega. En medio de las rutinas diarias, los desafíos cotidianos y los momentos de incertidumbre, surge una verdad innegable: dejar que Dios sea el Señor es la mayor bendición que podemos otorgar a nuestras vidas. ¿Por qué? Porque Él es Dios, el soberano de lo visible e invisible, el principio y el fin de toda existencia (Colosenses 1:16-17 NTV).

Reconociendo Su Señorío en lo Cotidiano

En el transcurrir de los días, a menudo nos vemos inmersas en una sucesión de actividades y decisiones. No obstante, permitir que Dios sea el Señor implica más que un reconocimiento intelectual; es una entrega continua de nuestro ser. Es en los pequeños detalles, en cada acción, donde hallamos el espacio para dejarle el trono en nuestra vida. En los momentos simples, al tratar con amabilidad, al ofrecer una palabra de aliento o al perdonar, damos cabida a su soberanía (Proverbios 3:5-6 NTV).

Versículo sobre gloria a Dios, con fondo de paisaje

Engrandecer al Señor

La Gracia de Engrandecer a Dios en Nuestra Vida

Cuando decimos «¡Mi alma engrandece al Señor!», no solo magnificamos su grandeza, sino que también reconocemos su gracia en ser nuestro Dios. Él anhela ser parte de nuestras alegrías y tristezas, de nuestros logros y desafíos. Es en este reconocimiento mutuo donde se manifiesta su amor y fidelidad hacia nosotros. Así, al engrandecer a Dios, experimentamos su gracia transformadora que nos invita a vivir en su amor y reflejar su luz en nuestro entorno (Efesios 2:8-9 NTV).

La grandeza de Dios se revela cuando le permitimos ser el Señor en cada aspecto de nuestras vidas. En el reconocimiento diario de su soberanía, en la sencillez de nuestros actos y en la gratitud por su gracia, encontramos una conexión más profunda con su amor inmutable. Que en cada amanecer y al cerrar cada día, nuestras vidas reflejen esa grandeza, proclamando con humildad y gratitud: ¡Mi alma engrandece al Señor!

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