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La inseguridad y la inferioridad han apartado a muchos grandes hombres de Dios de su posición de honor y de su unción. Comienzan fuertes y humildes ante Dios, pero su vida termina en destrucción. Lo hemos visto a lo largo de la historia. Muchos siervos ungidos y escogidos de Dios terminan comiendo del árbol y provocan su propio fin. Probablemente uno de los mejores ejemplos en las Escrituras es la historia de Saúl y de David. Saúl había sido ungido rey de Israel y el Espíritu de Dios estaba sobre él (1 Samuel 9:15–16; 10:1). Pero Saúl era gobernado por la inseguridad y la inferioridad. Él se sentía tan inseguro acerca de su posición en el corazón de la gente, que se convirtió en esclavo del temor del hombre. Finalmente,
eso lo llevó a la destrucción. En 1 Samuel 15, Dios le ordenó a Saúl atacar a los amalecitas y destruir todo: a todos los hombres, mujeres, niños y animales. Pero Saúl no obedeció la orden de Dios.

Saúl destruyó por completo a los amalecitas excepto a uno: a Agag, su rey. Y asesinó a todos los animales débiles y sin valor, pero salvó a los mejores. Saúl no tuvo el valor de destruir todo, no cuando el pueblo lo admiraría por traer a casa esos deseables botines. De manera que ignoró la orden de Dios. Cuando Saúl le reportó a Samuel los resultados de la batalla, él le dijo al profeta que había “cumplido la palabra de Jehová” (1 Samuel 15:13). Pero no engañaría a Samuel. Dios ya le había mostrado que Saúl no había obedecido sus órdenes (v. 10). Cuando Samuel confrontó a Saúl, Saúl intentó poner excusas y justificar su desobediencia.

Después de que Samuel presionara a Saúl una tercera vez y le diera la palabra del Señor, Saúl finalmente admitió su culpa e incluso la razón de su desobediencia. Saúl le dijo a Samuel: “Yo he pecado; pues he quebrantado el mandamiento de Jehová y tus palabras, porque temí al pueblo y consentí a la voz de ellos.” (1 Samuel 15:24, énfasis añadido).

Este fue el comienzo del final del rey Saúl. Saúl le dio un punto de apoyo a Satanás cuando escuchó sus mentiras y no confió en que, debido a que Dios lo había colocado en la posición de rey, él podía mantenerlo ahí. En cambio, Saúl tomó el fruto del temor del hombre y más tarde de la desobediencia. Cayó en la presión política y terminó perdiendo su lugar con Dios.

La raíz de la inseguridad ahora se encontraba firmemente establecida en Saúl y él tuvo que pagar una dolorosa consecuencia: el Espíritu de Dios se fue de Saúl, quien deseaba desesperadamente conservar su reino.

La vida de Saúl refleja a muchos en la actualidad. Comienzan bajo la unción, pero terminan creyendo una mentira. Caen presas, porque su corazón era una puerta abierta a la inseguridad y la inferioridad. Debemos ir a lo profundo del espíritu hasta la raíz de la causa, si deseamos de verdad ser libres.*

* Steve Foss, La sutil artimañas de Satanás, © 2012

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