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“¡Que Dios te bendiga!”. La gente lo dice continuamente y piensa que eso es bendecir a alguien. En realidad no lo es. Se trata de algo más que eso. Decir: “Que Dios te bendiga” se ha convertido en un saludo tan común o en un relleno espiritual para cualquier ocasión que el poder de la bendición se ha perdido quedándose escondido. La bendición no es algo unidimensional, como la acumulación de bienes materiales. Que alguien diga: “He sido bendecido con una casa grande o un automóvil” es reconocer sólo una dimensión, pero la bendición no tiene sólo una dirección en la que nosotros somos únicamente los recipientes. Otra dirección de la bendición está velada del observador casual. “Bendición” en la Biblia es una de esas palabras que está llena de significado, como la palabra “paz” o “gracia”, dependiendo de cómo se use.

Más que un simple formalismo, la bendición tiene el poder de cambiar nuestras vidas y
convertirnos en personas que bendicen. Regresemos al Antiguo Testamento, donde la palabra “bendición” está derivada de la palabra hebrea barak. Significa simplemente: “proclamar la intención de Dios” y “estar contento con el lugar en el que uno se encuentra”. En el Nuevo Testamento se usa la palabra eulogia, de la que obtenemos la palabra “elogio”. Eulogia significa “hablar bien de”, o “declarar la intención o el favor de Dios sobre alguien”. Tanto los elogios como las bendiciones son cosas hechas a medida.

Una verdadera bendición declarada sobre alguien o algo describe la forma en que Dios ve a esa persona. Es una perspectiva profética para ver la manera en que alguien o algo debe ser, no como puedan parecer en ese momento. Por tanto, cuando hablamos de bendecir a alguien, estamos diciendo proféticamente: “Que el Señor le dé todo lo que tenga planeado para usted”, o: “Que todas las expectativas de Dios para usted se cumplan en su vida”. Y sabemos que las intenciones de Dios para las personas son buenas. Visite por un instante Jeremías 29:11, o vuelva a leer los primeros capítulos de Génesis, y encontrará el corazón de Dios hacia nosotros, su creación.

Cuando declaramos bendiciones sobre nuestros hijos como hizo Jacob, estamos diciendo cómo debería ser su vida (véase Génesis 49:1-28). Jacob no estaba declarando la condición de sus hijos en esos momentos, sino la que tendrían. Si sigue a los hijos de Jacob por las Escrituras, es obvio que siguieron el camino profético de la bendición de su padre. La idea de bendecir no tiene nada que ver con si lo estamos viviendo o no en ese preciso instante. Entender esta verdad elimina nuestra tendencia a actuar como un juez o un jurado para ver si alguien se merece o no la bendición. Las intenciones de Dios no dependen de si el receptor tiene la actitud correcta o no. No tiene nada que ver con cómo sentimos y sí tiene mucho que ver con cómo Dios quiere que sean las cosas.

Cuando declaramos las intenciones de Dios, liberamos su capacidad para cambiar las cosas de lo que son a su plan deseado. ¡Qué respuesta tan radicalmente diferente a lo que tendemos a hacer en lo natural! Tendemos a agrandar el problema sin declarar los planes que Dios tiene al respecto. No es de extrañar que nuestras oraciones tengan más una naturaleza de informe que declarar la solución. Somos buenos informando del diagnóstico médico, de las condiciones que rodean a una situación, y cosas parecidas. Desperdiciamos mucho tiempo cuando repetimos continuamente el desastre que ocurrirá si Dios no interviene en la situación. Miramos a la situación desde la perspectiva de Dios cuando miramos con los ojos de la fe.


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