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La era de fuego

Por Espíritu Santo, Evangelismo5 minutos de lectura

¿Por qué Dios exaltó a Jesús a su diestra? Incluso en los más importantes comentarios, muy pocos escriben acerca de este asunto. La ascensión de Cristo parece ser un tema de estudio que se descuida. ¿Tiene tan poca importancia? Jesús declaró que su ascenso sería conveniente para nosotros (Juan 16:7). Él nos dijo que, a menos que subiera al Padre, no experimentaríamos algo que nos sería esencial. Sin la ascensión del Señor, no recibiríamos el bautismo en el Espíritu.

Miremos atrás a todo lo que hizo Jesús. Juan escribe que sus hechos fueron tantos, que si se escribieran todos, no cabrían los libros en el mundo. Entonces, ¿qué sería eso que Él no hizo cuando estaba en la tierra? Juan el bautista lo dijo: “Él los bautizará en Espíritu Santo y fuego”. Él no lo hizo mientras estaba en la tierra. Jesús vino del cielo, y tenía que regresar allá, por medio de la cruz y la tumba, antes de que pudiera comenzar la parte final de su misión.

Nada de lo que Jesús hizo en la tierra podría describirse como bautizar con el Espíritu Santo y fuego. En ninguna de sus poderosas obras—su predicación, su enseñanza, sus sanidades, o en su muerte y resurrección—Él bautizó con el Espíritu Santo. Jesús hizo mucho por sus discípulos. Les dio autoridad para realizar misiones de sanidad, pero partió de esta tierra sin bautizarlos con el Espíritu Santo.

Tal bautismo no podía ocurrir hasta que Él fuera al Padre. En verdad, el Señor no solo dijo esto, sino que lo enfatizó. Él entró a la gloria para ocupar un oficio del todo nuevo, el oficio del que Bautiza con el Espíritu Santo. Esta es la razón por la cual ascendió al Padre. El Antiguo Testamento desconoce de tal bautismo. Es la “cosa nueva” de Dios. Jesús nos da muchas otras bendiciones en este tiempo, por supuesto. Es nuestro Sumo Sacerdote, nuestro Abogado y nuestro Representante.

Sin embargo, Él no mencionó estas funciones. Solo describió la venida del Espíritu. Luego de su ascenso, y nunca antes, el Espíritu vino y “aparecieron lenguas repartidas como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos” (Hechos 2:3). Años atrás, los altares del tabernáculo de Moisés y del templo de Salomón habían recibido fuego puro del cielo. En Pentecostés, las llamas en el aposento alto vinieron de la misma fuente celestial. Jesús tiene todo el poder en su mandato. Él está en la sala de control.

El fuego de Dios en Jesús

En términos de emoción humana, el fuego de Dios se traduce en pasión; el tipo de pasión que vemos en Jesús. Sin embargo, Él no solo era apasionado en sus palabras. Cuando iba en su viaje final a Jerusalén, leemos: “Iban por el camino subiendo a Jerusalén; y Jesús iba delante, y ellos se asombraron, y le seguían con miedo.” (Marcos 10:32).

Ellos vieron cómo Él se apresuraba en proseguir. Lucas lo expresó de esta manera: “Cuando se cumplió el tiempo en que él había de ser recibido arriba, afirmó su rostro para ir a Jerusalén.” (Lucas 9:51).

De alguna manera el fuego en su alma se manifestaba en su apariencia externa. Cuando llegaron a Jerusalén, Jesús vio la profanación del templo. Los discípulos entonces tuvieron evidencia adicional de su pasión, y recordaron las palabras del salmista: “me consumió el celo de tu casa” (Salmo 69:9). Con todo, era un enojo mezclado con amor, no furia fría. Jesús no era un fanático frenético. Él amaba la casa de su Padre.

Su deseo era ver a las personas en el templo, adorando con libertad y felicidad. Sin embargo, el comercialismo en él lo había estropeado todo. Su corazón se desbordó como un volcán. El fuego en su alma lo hizo purificar el templo. Sus acciones produjeron temor, y muchos salieron huyendo de la escena. “Y vinieron a él en el templo ciegos y cojos, y los sanó” (Mateo 21:14).

Era eso lo que Él había deseado hacer, y esa fue la razón por la que su enojo alcanzó la temperatura de un horno. Su indignación apuntaba al gozo. Jesús recibió el canto de los niños diciendo: “¡Hosanna!”.

“Pero los principales sacerdotes y los escribas, viendo las maravillas que hacía, y a los muchachos aclamando en el templo y diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! se indignaron. (Mateo 21:15).

Esta es la única ocasión en la Escritura en que se reprende el entusiasmo por Dios; la única vez que se demandó silencio en los atrios del Señor. Fueron los fariseos los que demandaron el silencio; la alabanza al Señor estaba ahogando el tintineo en sus cajas de dinero. ¡Se enmudeció la música del dinero! Todas estas reacciones de Jesús son parte del cuadro del “fuego del Señor”.


Tomado del libro Evangelismo de poder por Reinhard Bonnke

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